
Consistía en montar un bonito decorado a base de musgo (que encontrábamos en las laderas del paseo de la Cantera), cortezas de pino con las que improvisaba el pesebre y arenilla de varios colores para construir el camino y los campos de tierra; con una tira de papel de plata simulaba un riachuelo al lado del portal, donde se añadía un pequeño puentecillo por donde pasaban los Reyes Magos; el firmamento era una lamina grande de papel celeste, donde pegaba estrellitas de cinco y seis puntas recortadas de papel de plata: Al lado del portal, justo encima brillaba con luz propia otra estrella, con una gran estela …
Todas las figuras, desde el Niño Jesús, San José, La Virgen hasta los Reyes Magos, pasando por los pastorcillos, ovejas y demás habitantes del Belén, eran siluetas perfectamente coloreadas de papel, recortadas con tanta habilidad como paciencia de aquellos inmortales recortables que comprábamos por aquellas fechas, (quiero recordar) en la librería Abad de la calle Mayor de Jaca.
Una vez repartidas por todo el decorado, y con todas las figuras en su lugar, añadía unas casitas de papel (también recortadas, ensambladas y pegadas con el singular e inolvidable tubito de Pegamento y Medio). Recortaba la base de las casitas, y le ponía en el interior unas bombillitas para iluminarlas, con lo que al observarlas y en la semi-penumbra, daban la impresión algo irreal pero original, de que Belén en aquellos tiempos poseía luz eléctrica.
Era y fue nuestra particular manera de monta r nuestro Belén y duró bastantes años; Aun no conocíamos las figurillas de barro, ni siquiera que existieran. Cada Navidad, mi hermano mayor nos reunía a los otros seis pequeñajos, nos encomendaba las tareas que nos tocaba a cada uno, y esos días los pasábamos en grande recortando, pegando y amontonando todos los aparejos que concluían siendo nuestro Belén.
Alrededor de aquel decorado, con mis padres y mis hermanos, cantábamos villancicos y celebrábamos las mejoras Navidades de nuestras vidas; cada día acercábamos un poquito los tres camellos con sus Reyes y pajes de papel, y la ilusión y nuestros sueños eran cómplices de la sonrisa del Niño Jesús esperando a sus Majestades de Oriente.
También había otra curiosa y divertida pasión de mi hermano Sergio… Consistía en disfrazarnos de reyes Magos a Pablo Queco y a mi; a mi de Melchor, Pablo de Gaspar y al pobre Queco le tocaba siempre ser Baltasar, con lo que su cara siempre acababa llena de tizne de carbón, y de no ser por que sabíamos que era blanco y que era nuestro hermano, bien parecería que hubiera llegado en un patera, solo que entonces aun no se conocía esa palabra.
Mi hermano Sergio Ochando Fernandez en aquella epoca y ahora todo un artista |
Recuerdo con una sonrisa aun, cuando Sergio cogió ese día en brazos a Queco, lo alzo como casi dos metros, llamó a la puerta de nuestra vecina Elena con el cuerpo medio escondido a un lado de la puerta… cuando Elena abrió la puerta, y mi hermano asomó al “negrito”, ésta pegó un grito que aun hoy me zumba en los tímpanos, fue una anécdota que aun hoy recordamos con cariño y nos reímos aun al recordarla.
Aun con el paso de tantos años, mi hermano sigue siendo un entusiasta de los recortables:
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