Mis Amigos

miércoles, 4 de enero de 2012

INVIERNO DE 1958

Aquel invierno fue muy frio, el  primer recuerdo que me viene a la memoria de ese invierno, data  de mi ingreso en los colegios nacionales en  Enero de 1958, lo recuerdo bien;  Era el primer lunes después de las fiestas Navideñas y después de  Reyes; en el aula de primaria, y alrededor de una vieja estufa cilíndrica de serrín nos congregábamos unos 30 chiquillos con bata azul,  entre siete y ocho años de básica  o de EGB (no recuerdo ahora como se llamaba entonces a esa primera fase docente)
Acababa de aterrizar yo  procedente de las Escuelas de los  Escolapios,  en los que coincidí apenas unos meses con mi hermano Sergio; Fui de la mano de mi padre que me acompañó y me presentó al Director del colegio;  Recuerdo bien al que fue mi primer maestro, (Don Florencio), un señor ya mayor, de pelo  muy canoso y con un expresivo  talante de bonachón, tan  comprensivo, como fraternal con toda aquella chiquillería; con su infinita paciencia, y conocimientos docentes, aprendí con él las primera lecciones de mi vida. Al año siguiente y posteriores, también fue el primer maestro de mis hermanos, Pablo, Gustavo y Alberto

Mas tarde cuando pasé de cursos, y ya estaba en tercero recuerdo me llamaba algunas veces, para que le ayudara a dar repaso de geografía, (mi fuerte) a unos cuantos de sus  peques en algunos de los  ratos en los que yo podía echarle  un capote. (Creo que ha sido la única vez en mi vida que he ejercido de “maestrillo”, y fue para mí, una experiencia muy gratificante y positiva compartir con Don Crescencio aquellos momentos tan especiales) Lo recuerdo siempre con cariño, sobretodo por lo buena persona que fue.

Ese mismo día había amanecido Jaca con un inmaculado manto blanco; estuvo nevando toda la noche y la espesa capa de nieve de unos veinte centímetros había cubierto el paisaje por completo;   los campos tenían un manto reluciente y alisado , la peña Oroel blanqueada y magnánima,  mostraba su  sombra mas gélida,   los glacis me  hacían imaginar inmensos  desiertos blancos,  todo a mi alrededor desde mi infante estatura de siete años se me hacia titánico, caminar y avanzar sobre aquella capa de nieve con mis botas de agua, era toda una proeza, me hundía hasta las rodillas.
En el recreo, conocí a los mejores amigos que he tenido nunca, y con los que estuve compartiendo diferentes cursos y clases, y más tarde también,  algunos años  en el bachillerato en el  instituto Domingo Miral: Recuerdo ahora mismo a  Ernesto Ara, J.Luis Zamborain, Rafael Puyuelo,  Enrique Piedrafita, entre otros muchos mas, con los que además compartí equipo y muchos partidos de futbol los domingos en los glacis, (después de haber asistido invariable  e imperativamente  y muy “devotamente “a la  misa de las doce en la Catedral) ,  y otras muchas actividades que ya iré narrando en otros capítulos.
Aquel  día invernal,  también experimenté (que yo recuerde), los primeros juegos de invierno en el colegio; guerras  de nieve (los mayores contra los más  pequeños) a bolazo limpio, las manos se nos  congelaban al punto que nos hacían llorar, patinaje sobre espejos en el suelo ( largos charcos helados y limpiados de nieve con mucho esmero), había que tomar mucha carrerilla e  impulso y dejarse deslizar manteniendo el equilibrio, pero  siempre llegábamos al extremo opuesto, (sin frenos) , y los topetazos sobre la nieve acababan en humorísticos batacazos y  caídas de todos los calibres;  muñecos de nieve con escoba y nariz  de zanahoria, y trineos improvisados sobre nuestros propios anoraks deslizándonos y bajando las escaleras del colegio hasta la carretera, (entonces apenas había tránsito, algún 600 y poco mas)

Asi era yo cuando estudiaba bachillerato
 ( Jorge Ochando Fernandez )



Fue el primer invierno del que tengo recuerdo fidedigno, y todavía echo de menos aquellos juegos, aquellos amigos y aquellos recuerdos imborrables de mi primer invierno

domingo, 1 de enero de 2012

Nuestro Belen de papel

Otro de los recuerdos que perduran  en mi memoria,   también imborrable y muy sentimental, era el Belén, que  mi hermano Sergio, el mayor,  con su imaginación y fantasía y también con un poco de nuestra ayuda  inventaba y creaba siempre que se acercaba Navidad.
Consistía en montar un bonito decorado a base de musgo (que encontrábamos  en las laderas del paseo de la Cantera), cortezas de pino  con las que improvisaba el pesebre y arenilla de varios colores para construir el camino y los  campos de tierra;  con una tira de  papel de plata  simulaba un riachuelo al lado del portal, donde se añadía un pequeño  puentecillo por donde pasaban los Reyes Magos;  el firmamento era una lamina grande de papel celeste, donde pegaba estrellitas de cinco y seis puntas recortadas  de papel de plata: Al lado del portal, justo encima brillaba con luz propia otra estrella, con una gran estela …
Todas las figuras, desde el Niño Jesús, San José, La Virgen hasta los Reyes Magos, pasando por los pastorcillos, ovejas y  demás habitantes del Belén, eran  siluetas perfectamente coloreadas de papel, recortadas con tanta habilidad como paciencia de aquellos inmortales  recortables que comprábamos por aquellas fechas,  (quiero recordar) en la librería Abad de la calle Mayor de Jaca.
Una vez repartidas  por todo el decorado, y con todas las figuras en su lugar, añadía unas casitas de papel (también recortadas, ensambladas y pegadas con el singular e inolvidable tubito de  Pegamento y Medio). Recortaba la base de las casitas, y le ponía en el interior unas bombillitas para iluminarlas, con lo que al observarlas y en la semi-penumbra,  daban la impresión algo irreal pero original, de que Belén en aquellos tiempos  poseía luz eléctrica.

Era y fue nuestra particular manera de monta r nuestro Belén y duró bastantes años; Aun no conocíamos las figurillas de barro, ni siquiera que existieran. Cada Navidad, mi hermano mayor nos reunía a los otros seis pequeñajos, nos encomendaba las tareas que nos tocaba  a cada uno, y esos días los pasábamos en grande recortando, pegando y amontonando todos los aparejos que concluían siendo nuestro Belén.
Alrededor de aquel  decorado, con mis padres y mis hermanos, cantábamos villancicos y celebrábamos las mejoras Navidades de nuestras vidas; cada día acercábamos un poquito los tres camellos con sus Reyes y pajes de papel,  y la ilusión y nuestros sueños eran cómplices de la sonrisa del Niño Jesús esperando a sus Majestades de Oriente.

También había otra curiosa y divertida pasión de mi hermano Sergio… Consistía en disfrazarnos de reyes Magos a Pablo Queco y a mi; a mi  de Melchor, Pablo de Gaspar y al pobre Queco le tocaba siempre ser Baltasar, con lo que su cara siempre acababa llena de tizne de carbón, y de no ser por que sabíamos que era blanco y que era nuestro hermano, bien parecería que hubiera llegado en un patera, solo que entonces aun no se conocía esa palabra.

Mi  hermano Sergio Ochando Fernandez
en aquella epoca y ahora todo un artista

Recuerdo con una sonrisa aun, cuando Sergio cogió ese día en brazos a Queco, lo alzo como casi dos  metros, llamó a la puerta de nuestra vecina Elena con el cuerpo medio escondido a un lado de la puerta… cuando Elena abrió la puerta, y mi hermano asomó al “negrito”,  ésta pegó un grito que aun hoy me zumba en los tímpanos, fue una anécdota que aun hoy recordamos con cariño y nos reímos aun al recordarla.



Aun con el paso de tantos  años, mi hermano sigue siendo un entusiasta de los recortables: