Mis Amigos

domingo, 2 de octubre de 2011

Arcos y flechas

Coincidiendo con el final  del  verano, no puedo evitar que  dentro de mi memoria revoloteen aun muy presentes, con especial cariño y no menos  añoranza, aquellos veranos en la Jaca de mi niñez;  eran unos meses interminables;  a nuestra temprana e infantil edad, (éramos poco menos que unos críos), mis hermanos y yo disfrutábamos de  los meses de estío con especial intensidad; coincidían con los meses de vacaciones de las escuelas nacionales, y en plena edad escolar no teníamos excesivas cargas ni obligaciones especiales así que  era tiempo de inventar, de crear fantasías, de dejar  volar nuestra imaginación a cotas inverosímiles, tanto como el paisaje, la campiña, la vegetación y el horizonte jaqués  fuera capaz de estimular en nuestras mentes. (Entonces no existía ni la televisión, ni por supuesto, ningún   juego electrónico, los únicos juegos eran los que fuéramos capaces de crear o inventar desde nuestra imaginación)

Entre algunos de ellos, recuerdo los arcos y las flechas que improvisábamos, seguramente copiados de las películas de Robín Hood o de indios y vaqueros que veíamos en las salas de cine improvisadas en las aulas de los  Escolapios: muchos momentos de aquellos largos  días jugábamos a ver quien hacia volar la flecha a mas altura (para ser válidas  las flechas tenían que sobrepasar como mínimo el tejado de nuestras casas militares), para ello como “truco” le poníamos enrollado un poco de alambre en la punta de la flecha, así hacia mas peso en la punta y el aire no se la llevaba; además decorábamos los arcos y las flechas con la tinta china de colores del cole, en un alarde más de fantasía juvenil; Colocábamos latas de conservas o botellines de Zinzano vacios (sustraídos del trastero de la cocina del  recién inaugurado Gran Hotel)  a una distancia de 30 pasos junto al canal, a ver quien era el más certero de los arqueros que  además tenia el privilegio de ser nombrado y ser reconocido  como jefe de la banda mientras su arco fuera el mejor.

Nos llevaba varias horas localizar una buena rama para fabricar el arco, generalmente los conseguíamos de las ramas de lo álamos que lindaban con el canal que pasaba a escasos metros de las Casas Militares; la cuerda  (liza) la comprábamos en los almacenes “El Siglo”, le pedíamos a nuestras madres dos reales para comprar regaliz en “La Casita”, y así obteníamos la liza (cuerda fina y muy fuerte) ,  y las flechas las íbamos a buscar cerca del Regimiento, en la linde de un trigal donde había unos matorrales de vergas, unas ramitas largas y finas, óptimas para la utilidad reseñada. Siempre era así, cada uno de nosotros se afanaba por conseguir el mejor arco para comandar la banda; como broche y como reconocimiento de su categoría, al jefe y sobre su cabeza se colocaba una cinta como la que llevaban las chicas para recoger el pelo, y  dos plumas de gallina sujetadas por la cinta.
Mientras fuese el Jefe todos teníamos que ir detrás en fila india para las operaciones que hubiere menester… o las que inventase segun su imaginacion...

Era una de las actividades de aquellos increibles  veranos; había muchas más que seguiré recordando en próximos capítulos para los que como yo aun tengan fresco en su memoria y les traiga gratos momentos aquellos “recuerdos de Jaca”
 
  





1 comentario:

  1. Muy bien explicado, Jorge. En esa edad, la imaginación y la fantasía, era parte del día a día. De "nada" se podía crear el más fantástico juego.

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