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Asieso (actualmente) visto desde Jaca |
Se nos ocurrió, como casi todo, de repente… Lorenzo Tato, amigo, y coleguilla común, de Vicente Prieto y mío, (vivíamos los tres
en las casas militares) tuvo la idea… ¿porqué
no hacemos una acampada cerca
del pueblecito de Asieso? así experimentamos
que es lo que se siente al estar solos en una noche
oscura sin luna y en pleno campo, sin
mas apoyo ni compañía que nuestros desasosiegos ,nuestros miedos, o tal vez…¿con nuestra valentia y coraje.?
Era una manera de valorar hasta donde seriamos capaces de
aguantar… con nuestros recién quince años, nunca habíamos salido de excursión al campo, ni por supuesto, sabíamos
como se montaba una tienda de campaña, y mucho menos jamás habíamos estado al
raso completamente solos, aunque la verdad en ningún momento llegamos a
valorar semejante situación... ya veriamos como afrontariamos las situaciones.
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Vicente Prieto y Jorge Ochando acampados cerca de Asieso |
Vicente Prieto fue quien
suministró la tienda, por aquel entonces tenia mano "ancha" para poder agenciar algunas
"pequeñeces" (para él) del Regimiento (Cuartel de la Victoria), y Lorenzo y yo
suministramos los víveres, agenciados de las alacenas de nuestras casas, y a
hurtadillas de nuestras madres, no había otra forma de hacerlo, cualquiera les
explicaba a nuestras familias lo que pensábamos hacer…
Salimos hacia Asieso a eso de las cinco de la tarde, camino
del Rompeolas y dirección al Puente de San Miguel; llenamos las cantimploras en
la fuente de debajo del Rompeolas, agua
cristalina y limpia que brotaba de las piedras por un caño oxidado de aluminio; Vicente portaba la
tienda a lomos de su espalda, yo llevaba en una mano un cesto de la compra con víveres (dos medias barras
de pan, un trozo de queso, un chorizo pamplonica, dos tortetas de sangre de cerdo y recuerdo también dos paquetes de galletas “María”
Lorenzo cargaba unas cañas a modo de lanzas, recién afiladas
y bien puntiagudas , limpias de
hojas; colgado al hombro, (a lo Robín Hood) un arco de ramas de fresno, y tres flechas recién hechas esa misma
mañana y una navaja de 4 palmos; tenia la convicción, y repetía, muy seguro de si mismo, que nos servirían de armas mortíferas
contra los posibles bichejos o lobos si estos osaban acercarse a nuestro campamento… (Siempre,
no sé muy bien porqué, imaginábamos que
los habría por esos contornos)
Decidimos acampar cerca de Asieso, en una explanada, cercano a una arboleda y al lado de una tapia que separaba un huerto de nuestro campamento …
Vicente nos guio mas o menos en
el montaje final de la misma; sobre las ocho y pico de esa estival, calurosa y agradable tarde, sentados al lado de la tienda, nos
pusimos a contemplar, extasiados, todo lo que por allí sucedía… El murmullo cercano y continuo de las aguas
bravas del Aragón, mezclado con los cantos de los grillos y las cigarras, nos llegaba nítido a nuestro refugio, también los olores y aromas del campo y de la
cercana montaña, se fundían y nos envolvían con su manto prodigioso ; desde allí podíamos observar a lo lejos, la meseta donde esta instalada Jaca, y en primera fila, nuestras casas
militares; -qué valientes somos, vamos a pasar nuestra primera noche fuera de
casa, en una tienda de campaña, solos y sin nadie que nos mande- explicaba Vicente, mientras le seguíamos con
nuestras risas Lorenzo y yo…
Contemplamos una preciosa puesta de sol, única porque desde allí jamás
la habíamos presenciado; un cielo con alargadas nubes rasgadas, de color rojo intenso y por momentos
tonos sonrosados, que lentamente se iban desintegrando y apagando poco a poco; las sombras iban ganando en intensidad y el cielo se teñía de pequeñas y luminosas y estrellas
…
Aprovechamos esos momentos tan seductores para hacernos un bocadillo de chorizo pamplonica,
mezclado con tortetas y aderezados con un cacho de queso, entre trago y trago de agua de la cantimplora…
las galletas las dejaríamos para el desayuno antes de volver a nuestras casas, y hacer el camino más llevadero; las dejamos a
un lado de la tienda dentro del cesto a mano por si luego teníamos algún capricho
antes de irnos a dormir; la noche se iba echando encima casi sin darnos cuenta, nos quedamos a oscuras.
Esa oscuridad a nuestro alrededor era total y absoluta; No,
no había luna (mejor dicho había luna nueva, o sea nada), y la única iluminación
eran esas estrellas tintineantes allá arriba, pero que no daban luz, ni suficiente resplandor para ni siquiera
vernos la caras; habíamos traído un par de velas, ni siquiera teníamos dinero
para comprar linternas, y no queríamos quedarnos a medianoche sin tener algo
con que alumbrarnos, por lo tanto teníamos que aguantar lo máximo de tiempo sin
encenderlas, y empezó a entrarnos algo así como un canguelo incontrolado, que crecía por momentos , pues aunque nos hablábamos
y notábamos nuestra propia respiracion entrecortada, y estábamos casi pegados, no llegábamos a vernos y teníamos que darnos la mano a tientas
para saber que estábamos los tres allí, “hermanados”… que rabia que a ninguno se nos ocurriera hacer una hoguera, mejor dicho cuando se nos ocurrio fue en aquellos instantes de ansiedad, y no habia forma de ver ni a un paso lo que teniamos delante...
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José Manuel Lorenzo y Jorge Ochando en Asieso (1969) |
No sé que hora seria, quizá medianoche o antes, empezamos a
escuchar sonidos raros mezclados con el cri
-cri de los grillos; cerca de los arboles, ramas crujiendo; hacia arriba; ecos incongruentes con los que no estábamos familiarizados… algo voló
por encima nuestro un par de veces; la segunda
vez una sombra grande se hizo patente sobre el cielo estrellado, las alas hacían un ruido sordo, intermitente, repetitivo y lo que fuera o fuese desgranó un rugido gutural increíble que nos estremeció… Ni siquiera nos acordamos del arco ni las lanzas,
lo unico que pasó rápidamente por nuetras cabezas, los tres al mismo tiempo, fué entrar a toda prisa alocados y atropelladamente en la tienda, uno encima
del otro, y gritando sin saber qué… permanecimos así varias horas, nos pareció una eternidad; abrazados muy estrechamente, juntos y lo único que llegábamos a vernos era el blanco de los ojos y el resplandor de nuestras propias pupilas.
El resto de la noche fue un suplicio; las velas habían quedado
fuera y ninguno se atrevió a salir a
buscarlas; solo acertamos con algo de paciencia y a tientas a cerrar la cremallera de la tienda, y
aislarnos de todo lo que se moviera por ahí afuera…esperar a que amaneciera, y que nada entrara en la tienda, pues no sabemos que hubiera pasado.
Los sonidos nocturnos fueron incesantes, creímos escuchar jadeos de animales muy cerca de la tienda; mas
sonidos de ramas rotas; ladridos a lo lejos; el cri-cri continuo, y varios ruidos
indeterminados que ya nos daban igual, todo era una sinfonía folclórica que forjaba
que la noche se nos hiciese interminable y desde luego, en alerta máxima y sin
pegar un ojo; nuestros valores quedaron por los suelos… y nuestro sueños
desarbolados… agarrados, abrazados, sentados, uno contra el otro transcurrio el resto de la noche, solo nos dirigiamos la palabra para decir´-¿has escuchado eso?- -creo que es un lobo- -yo creo que es un jabalí- entre otras frases, todas del mismo estilo.
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Jorge Ochando y Vicente Prieto (Asieso 1969) |
Al apuntar el alba, con las primeras luces y el inconfundible canto lejano de un gallo de corral, los ruidos nocturnos se apagaron.. Solo se escuchaba nítido
de nuevo el murmullo del rio, y el silencio a nuestro alrededor; bajé la
cremallera de la entrada a la tienda poco a poco, mire con mucho sigilo a derecha e izquierda, arriba y abajo
y salí con cautela de la tienda.. lo primero que hice fue evacuar, desde la
medianoche me estuve aguantando, ya casi ni podía ya.
Luego miré alrededor de la tienda, me pareció no ver nada
raro, las velas estaban ahí, la navaja el cesto todo mas o menos igual; fue Lorenzo quien dijo –¡¡¡ Hostia!!! Se han “jamao”
(comido), las galletas, el chorizo pamplonica, y el trozo de queso que
quedó- ¿quién o qué habrá sido?- ... -nos miramos a los ojos los tres, y solo el silencio como respuesta- (hoy en día, mas de 40 años después, tengo aun la duda, pues no pudimos ver nada de
nada en aquella noche oscura, ni siquiera tengo una hipótesis, pues a la tienda
no intentaron entrar ni la tocaron, pero muy cerca a sólo unos centímetros si estuvieron…!!!)
Tal vez fueran lobos, tal vez jabalies, tal vez perros vagabundos, quien sabe que pudo ser, por la mañana muy temprano de regreso, no nos cruzamos con nadie ni vimos a nadie a quien preguntar, por lo que nos quedó esa incognita para siempre; tambien la experiencia divertida e incierta a la vez, de algo que nunca habiamos compartido y que nos dejó con ese sabor de boca agridulce a la vez.
Dias y semanas después, el tema salia en casi todas nuestras conversaciones.. ahora ya sin ningún miedo y casi alardeando de aquella noche increible..
Dias y semanas después, el tema salia en casi todas nuestras conversaciones.. ahora ya sin ningún miedo y casi alardeando de aquella noche increible..
Fue una aventura que a mi, me quedó grabada en la memoria siempre,
por eso la encuadro dentro de mis mejores "Recuerdos de Jaca", y espero que os
haya distraído este ratillo; os doy las gracias por dejarme compartirla tambien con vosotros.
Un recuerdo especial para Vicente Prieto Saturnino y José Manuel Lorenzo Tato, mis mejores amigos y siempre
compañeros de muchas más aventuras vividas juntos, en las Casas Militares de Jaca.
La vista desde el rompeolas es única. Los atardeceres, el pirineo, Asieso, el puente San Miguel. El río Aragón. Cuantas travesuras y cuantas escapadas. Me acuerdo mucho de de Vicente Prieto y de Tato.
ResponderEliminarAhora al oir sus nombres, claro que me acuerdo de ellos. Tato, vivia en nuestro portal, en el entresuelo. La narración me ha parecido muy buena, llena de misterio .
ResponderEliminarPreciosos recuerdos, y maravillosa y divertida historia.
ResponderEliminarSigrid.
En esa etapa de vuestra vida, no había pasado ni futuro, y la viviais con la ilusión de unos sanos adolescentes. Jorge, si llevas esos recuerdos contigo, a pesar de los años, no envejecerás nunca
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