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domingo, 10 de agosto de 2025

OROEL MI DAMA


Oroel, mi DAMA 


Con este post no intento describir solo mis recuerdos ..  creo  que mas bien es honrar una vida, una infancia, un hogar y una montaña que me  abrazó como una madre de piedra y cielo.


Imagen en blanco y negro de una montaña

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I. La Maquina del Tiempo

Si existiera la ocasión de meterse en las aventuras de H.G. Wells y poder viajar en la máquina del tiempo, o de montarme en un sueño mágico y conseguir que esa ilusión se hiciera realidad…
mi mejor sueño, no hay duda,
sería volver a revivir mi niñez en estas tierras.
En aquellos años increíbles,
llenos de la más tierna ingenuidad de mi infancia,
junto a mis seis hermanos y con todos los amigos
que allí forjé, y que, después de tanto tiempo,
nunca he olvidado.

AÑOS 60

Éramos seis hermanos …
Íbamos de la mano, como una cadena humana
Sergio el mayor —“Tate”— me guiaba a mí,
y yo, “Tote", guiaba a Pablo.
Después vinieron Gustavo, "Queco",  Alberto, "Chiqui", Olga "Nana" y Roger "Piko"
como notas nuevas en la melodía de nuestro hogar.

Durante aquellos años vivimos una infancia plena,
libre, salvaje y feliz.
Jaca aún era un pueblo grande,
envuelto en un paisaje en estado puro,
y cada día
era una aventura dibujada por la ilusión.

 

II. La Maquina del Tiempo (continuación)



La vida en Jaca empezaba temprano.

Las mañanas olían a pan reciente, a tierra húmeda, a leña de hogar.
Y los días eran tan largos que cabía dentro de ellos
todo un mundo por inventar.

Mi madre, paciente y valiente,
sostenía el centro de nuestra pequeña constelación familiar.
Mi padre, con su uniforme de militar,
nos imponía respeto, pero también seguridad.
Sabíamos que, aunque no lo dijera,
su amor estaba ahí, en las cosas calladas:
en los paseos, en los silencios compartidos,
en las veces que nos miraba sin decir palabra.

Mis hermanos y yo éramos una tribu salvaje.
Saltábamos acequias, trepábamos árboles,
inventábamos guerras y reinos,
con palos por espadas y piedras por castillos.
A veces creíamos que éramos soldados como papá.
Otras, que éramos pastores antiguos,
o exploradores en busca de tesoros.

Y sobre todo, siempre,
nos sentíamos libres.

Porque Jaca, en aquellos años,
no tenía rejas.
Solo bosques, caminos, huertas regadas
 por el  Rio Aragón  y rodeada de altas montañas.

 

la más bella de todas… era "ella".


  allí, destacando en el horizonte,

y en cada amanecer claro,

estaba su silueta.

Oroel , Mi Dama

Allí estás, serena y altiva,
Mi Dama de piedra y viento,
guardiana silente de mis juegos,
de mis pasos pequeños
sobre el mundo que apenas comenzaba.

Tu falda, tendida de pinares, campos y surcos

Se extendía como un manto verde y
me envolvía como un susurro antiguo y acogedor,

y tu cima, tan alta,
parecía acariciar las nubes
mientras te admiraba,

 absorto desde la estatura de mi pequeñez

Fuiste muro y ala,
fuiste eco y promesa,
la silueta que me protegía y   abrazaba desde lejos
cuando el miedo asomaba en las esquinas.

Hoy vuelvo a ti en mis recuerdos,


Mi Dama,

con la certeza de que sigues ahí,
inmutable y sabia,
como un secreto que sólo la infancia entiende.


Inmensa.
Firme como un juramento antiguo.
La montaña que velaba nuestros juegos,
nuestros sueños,
nuestros pasos descalzos entre hierba y charcos.



Mi Dama,
coronada de nieves o cubierta de sol,
nos miraba cada mañana con ojos de piedra y cielo.

Nunca hablaba,
pero yo le entendía.
Su silencio era el idioma

 Solo con el susurro del viento yo la entendía.
y nos brindaba amparo y protección

porque con ella cerca,
nunca estábamos solos.

A veces, cuando cerraba los ojos,
sentía que ella me llamaba desde su cima calva,
como si me cuidara sin pedirle nada,
como una madre guardiana, callada y eterna.


 


II. Mi Dama

Se alzaba sobre nosotros,
siempre firme, siempre omnipresente.

Oroel.

Oroel.
Mi Dama.
Vestida de estaciones,
envuelta en cielos cambiantes,
inmóvil y eterna.
sin hablar, 

con su silencio me susurraba.



Era una figura protectora,
como si con su sombra y su altura
quisiera asegurarse
de que nada malo nos sucediera

 a los niños que jugábamos a sus pies.

A veces creía que me conocía.
Que sabía mi nombre.
Que cuando el sol la tocaba en la cima,

 me saludaba y sonreía
con su abrazo cálido y maternal 

Y aún hoy,
cuando la nombro o la sueño,
mi pecho se llena de una paz que no sé explicar,
como si esa montaña supiera todos mis secretos
y los custodiara
en su pecho de piedra.


 

 

 


Oroel nos miraba desde lejos

Desde cualquier parte del pueblo
podíamos verla, altiva, inmóvil,
como si el cielo mismo hubiera apoyado ahí su bastón.



Oroel. Mi Dama.
Para mí, ya desde niño,
no era solo una montaña gigante y dormida  

Era un refugio imaginario,
una promesa silenciosa,
una presencia materna que no necesitaba palabras.

Si algún día me sentía solo,
bastaba con buscarla en el horizonte.

Me gustaba ver como la niebla a veces

 se levantaba lentamente de  su pecho de piedra, 

 como un velo que se descorre

 para mostrarla en todo su esplendor

 Allí estaba.
Inmutable.
Fiel.
Mía.

A veces pensé y creía que me entendía.
Que me protegía desde esa distancia majestuosa,
como un ángel de piedra que no necesitaba alas
para volar por mis sueños.


 

 

III. La Maquina  del Tiempo 

Un día —aún lo veo claro— con Pablo y nuestros amigos
subimos a Oroel con la energía intacta de quienes no conocen el cansancio.
La caminata era larga,
pero a cada paso el mundo se hacía más nuestro:
el bosque murmuraba leyendas,
las piedras hablaban en voz baja,
y los pájaros parecían guiarnos sin darnos cuenta.

Llegamos a la cima justo antes de que el cielo se volviera gris.

De pronto,
una gran tormenta nos sorprendió,
como si el cielo se hubiese abierto de golpe
para reírse con nosotros.

Corrimos cuesta abajo,
empañados por la lluvia,
mojados hasta los huesos,
resbalando y riendo,
cantando como si el mundo se fuera a acabar…
y no nos importara.

“Que llueva, que llueva…”
gritábamos a coro, desafinados y felices,
mientras el barro nos manchaba las rodillas
y el viento nos empujaba como un juego más.

Yo miré hacia atrás un instante.
Y allí estaba ella.
Oroel.
Mi Dama.

Rodeada y embardunada de nubes oscuras   
como si también se estuviera riendo,
como si la tormenta fuera su forma de jugar con nosotros.

Aquel día,
mi infancia se llenó de agua,
de barro,
de canciones…
y de eternidad.



 

“Es, uno de mis mejores recuerdos que guardo de Jaca,
porque Jaca para mí significa nobleza,
significa poesía, significa naturaleza,
significa niñez, significa inocencia,
y significa mantener intactos todos los valores
que un día unos padres muy especiales
inculcaron en esa singular y maravillosa tierra altoaragonesa
a siete hermanos vinculados para siempre a ella.”

oroel simbolo e icono de nuestro ......

— Jorge Ochando


 

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