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Tormenta en el cielo de Jaca (Foto: Tere Castán) |
Tormentas de infancia en Jaca
Una tarde incipiente, aún con la manzana del postre en la boca, mis hermanos y yo corrimos hacia la ribera del canal que pasaba frente a casa. Allí inventábamos juegos que nacían de la nada.
Uno de nuestros favoritos consistía en recoger del suelo piñas de los pinos del Paseo de Jaca y arrojarlas al agua. Cada piña era un barco con destino incierto. Corríamos tras ellas con la impaciencia de los niños; las recogíamos una y otra vez durante horas y volvíamos a lanzarlas sin sospechar que, en lo alto de nuestras cabezas, el cielo estaba preparando otro juego, mucho más grande que el nuestro.
La llegada de la tormenta
“El verano que olía a lluvia”
La brisa que soplaba de San Juan de la Peña llegaba primero como un murmullo, y en un instante se volvía vendaval.
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“Cuando la tormenta era nuestro espectáculo ” (fotomontaje Sergio Ochando ) |
La tierra, agradecida, se impregnaba de ese aroma a lluvia recién nacida que aún hoy me persigue como un cómplice murmullo
Mientras tanto, mi madre repartía bocadillos de chistorra y mi padre se sumaba a la complicidad de la tropa. Nosotros, embobados, nos dejábamos envolver por aquel teatro infinito, nuestra gran pantalla de cine que la naturaleza nos regalaba .
El arco iris
"En cada tormenta aprendí que la felicidad puede caber en una tarde de verano, bajo un cielo de tormenta y que siempre regala su arco iris."
Después, casi siempre, llegaba la calma: cuando la tormenta amainaba y el cielo se abría aun con cierto recelo entre la tenue cortina de agua del horizonte, un arco iris tímido se tendía sobre el valle, como si la tormenta pidiera perdón por su violencia. Ese arco iris era nuestro premio, nuestro epílogo de luz.
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Arco iris con Oroel de fondo. (Foto: Tere Castán) |
Hoy, al evocarlo, sé que aquellas tardes eran mucho más que veranos. Eran refugios contra el olvido, páginas doradas de un libro que ya no se escribe. La infancia pasó, las casas cambiaron, las voces se hicieron adultas.
Y pienso que quizá la felicidad no sea otra cosa que eso: una tarde en Jaca, con mi familia, bajo un cielo que rugía… y un arco iris que, invariablemente, llegaba después
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“A mis padres y hermanos, que me enseñaron que la verdadera felicidad cabía en un balcón, un bocadillo de chistorra y una tormenta de verano.”
A Jaca y a mi infancia, que aún saben traerme de regreso con solo oler la lluvia.”
Jorge De Aragón