<Antes
de nada, me gustaría aclarar que la vida
religiosa en aquella época era muy
intensa. La asistencia en las iglesias era enorme. Los domingos, todos los
alumnos, los padres, maestros e incluso
los soldados eran obligados a ir a misa. Los niños teníamos que aprendernos el catecismo desde pequeños, y la gente que no
iba a misa los domingos era mal vistos y señalados; la Iglesia era muy severa, no se podía entrar con manga corta a la iglesia y las mujeres estaban
obligadas llevar falda larga y un velo cubriendo
la cabeza; la iglesia tenía en aquel tiempo mucho poder e influencia, y la
católica era la religión oficial, quedando cualquier otra relegada solo al ámbito
privado.>
Un año más, nos preparábamos para recibir y comenzar
la Semana Santa en Jaca
la Semana Santa en Jaca
Por
norma, una semana antes, y como preludio en todas las Semanas Santas
de cada año, se nos incluía a nuestras actividades docentes diarias ,
otra muy especial, y que denominaban
como "Ejercicios Espirituales"... consistían
básicamente y como mínimo, en que durante tres interminables
días, y a todas las clases del Colegio,
se nos enclaustraba, durante unas
horas, unas veces en la Catedral y otras en la misma capilla
del Instituto, para que el mosén o
el cura de turno, nos atizara unas
monumentales, largas, tediosas y profundas charlas de Religión; los
temas siempre los mismos, nos recalcaba una y otra
vez, sobre lo que nos esperaba sin no éramos buenos católicos,
si no rezábamos cada día, o si faltábamos un solo domingo a misa; nos alertaba
sobre los castigos más increíbles y
aterradores que caerían sobre nuestras cabezas y “la condena al castigo del fuego eterno e infinito por toda
la eternidad”… después de esas “amenazas e intimidaciones tan religiosas”
llegaba, –para mí- lo peor, nos decretaban rezar,
reflexionar, meditar y permanecer en un perpetuo recogimiento
sumido en un silencio sepulcral durante un tiempo ilimitado,
meditando y reflexionando sobre la vida eterna, el diablo y todo lo
imaginable que nuestras mentes bisoñas y todavía inmaduras fueran
capaz de suponer e imaginar tras los secretos y ocultos efectos del recóndito
sermón.
Recuerdo
que me causaban más miedo y turbación esas horas en silencio e
inmovilidad total, en los bancos de la catedral, saturado de cierta
congoja y melancolía y con el ambiente oscuro y húmedo
de los arcos de las altas cúpulas de las bóvedas, que todo lo
demás; asimismo, durante esos días no podía evitar tener el estómago
revuelto y solía soñar con pesadillas extrañas, rezaba más bien, para que se acabasen
pronto esos fatídicos “Ejercicios Espirituales”, durante los cuales mi
desasosiego era total, pero aun hoy cuando me visitan alguna que
otra vez aquellos viejos recuerdos,-secuelas sin duda-, siento en mí aun algunos escalofríos
lejanos; si alguna vez, en mi niñez, pasó por mi cabeza estudiar la carrera de
teología sacerdotal, aquellos ejercicios obraron el efecto
contrario y me los arrebataron de raíz; a lo más que llegué fue a ayudar
alguna vez a misa como monaguillo, y creo fue por probar lo bueno que
estaba el vino dulce, -eso si- cuando aún no estaba bendecido y a escondidas
del padre Damián.
Otra
de los contextos que se daban en aquellos años, durante la semana santa,
desde el mismo lunes Santo hasta el domingo de resurrección,
eran las emisiones radiofónicas de radio Jaca; desde que comenzaba la
transmisión,- exceptuando el diario hablado-, y hasta su final, -todos
aquellos días- solo se emitía música sacra, y conciertos de música
clásica eternos… el ambiente invitaba irremediablemente a tristeza,
melancolía, evocación y aislamiento, aunque el fin, desde
luego no fuera otro.
A
los niños de entonces, se nos prohibía radicalmente jugar, reír o cantar en la calle, ni en el colegio ni en el recreo, y
menos todavía en público; nos explicaban que eso era pecado mortal y tenías que
confesarte inmediatamente; los glacis, plagados casi todos los días de
niños jugando a pelota, o correteando, quedaban completamente apáticos;
la campiña verde y las almenas de la Ciudadela también quedaban ungidos del
mismo espíritu sacramental que rodeaba la semana santa jacetana.
Las
visitas a las diferentes iglesias de la ciudad eran obligadas, y cada clase con
su respectivo maestro se trasladaba en columnas de a dos y cogidos de las manos
para recorrer cada altar (cuya imagen permanecía oculta tras una sábana de
color morada) y rezar algunas oraciones, todo bajo el mismo signo de
meditación, recogimiento y respeto en el que estábamos ceñidos; concluíamos
besando el pie del Cristo en la cruz,
que era lo único que quedaba al descubierto de la imagen y volvíamos al cole.
Luego,
después tres días de vacaciones hasta el lunes de Pascua; Las procesiones del
jueves y viernes santo, eran todo un ritual que nadie podía dejar de ver; Los penitentes encapuchados, los orgullosos
romanos desfilando con paso marcial, los pasos con las diferentes
imágenes de la pasión, arrastrados por las cofradías, y la banda de música eran
y son todo un precioso y admirable espectáculo en Jaca; para quien no conozca
la Semana Santa Jacetana, he de proclamar que es una de las más bonitas e
interesantes de España y que vale la
pena conocerla y vivirla.
Procesión del Santo Entierro.. Jaca-1976 |
Hoy
por la misma inercia de la vida ya no es así todo, pero estoy seguro que los
que leáis este articulo y hayáis vivido en esa época, como yo, recordaréis momentos
y situaciones muy parecidas, y aunque no fueran todo lo agradable que hubiéramos deseado, sí que nos proporcionaron y nos dieron un plus añadido a nuestros valores morales…
yo así lo creo en este recuerdo especial de mis semanas santas jacetanas…
ojalá os haya gustado.