Tormenta en jaca: (años 60)
Una tarde cualquiera de un día cualquiera de aquellos veranos jaqueses:
Jugaba con mis
hermanos y varios amigos en el canal; arrojábamos
piñas de pino por las ranuras del respiradero que el canal posee en su paso subterráneo, a la altura del
paseo, y rápidamente corríamos para ver que piña salía la
primera, una vez que la acequia a través
de su largo conducto oscuro volvía a asomar de nuevo a cielo abierto.
Eran casi las cinco y media de esa tórrida tarde veraniega,
soplaba una ligera brisa procedente de san Juan de La peña; el cielo se iba tapando;
poco a poco, y por encima de nuestras cabezas se espesaba rápidamente de unos enormes nubarrones negros:
Apenas nos dimos cuenta, seguíamos en el inacabable juego de recoger las piñas del canal una y otra vez, y volver a lanzarlas de nuevo, cuando repentinamente
en unos segundos, el ligero viento se convirtió en una fuerte corriente de aire, las nubes se cerraron de golpe y comenzaban a caer unos grandes goterones.
Rápidamente dejamos nuestros juegos navales, salimos
corriendo hacia nuestras casas, las
piñas sin nadie que las recogiera y abandonadas a su suerte, siguieron un
rumbo incierto; mientras, la tierra del camino comenzó a impregnarse de ese olor
tan característico a tierra mojada al recibir las primeras gotas de la incipiente tormenta.
Enseguida, ya en nuestra casa y aun empapados un poco por la lluvia,
preparábamos entre todos y rápidamente
nuestro particular campamento de visualización de tormentas. (Lo que por aquel
entonces era algo impresionante, ver y disfrutar en directo a través de nuestro
balcón, una tormenta en directo, pero dándole con nuestra imaginación y fantasía,
el ambiente y el toque especial al escenario).
Para ello, los mas mayores, Sergio, Jorge y Pablo, con el refuerzo
de nuestro padre,(los pequeños, Queco, Chiqui, Nana y Pico se limitaban a mirar), montábamos alrededor y
de frente al balcón, una especie de barricada circular con sillas; luego
dos escobas, eran los mástiles sobre los que colocábamos encima de ellas unas mantas
a modo de toldos, y las sujetábamos con pinzas de la ropa a las sillas: así recreábamos con mucha imaginación y toda nuestra fantasía,
una gran tienda de campaña en medio del comedor, donde nos apostábamos para ver
las tormentas de frente, a través del ventanal del balcón de nuestras casas militares.
Ni que decir tiene que mientras estábamos en pleno
zafarrancho de combate, nuestra madre se encargaba de toda la intendencia; recuerdo
perfectamente, los bocadillos de chistorra que nos merendábamos mientras observábamos embobados
y pasmados, a través de los cristales lo que la naturaleza nos regalaba; un espectáculo insuperable, pleno de luces, ruidos y acción constante.
Se veían llegar nítidas las tormentas: Entonces, la panorámica
era total, no había nada que impidiera la vista; kilómetros de campos verdes
hasta las montañas mas lejanas, y mucho
paisaje enfrente de nuestro balcón. Era nuestra gran pantalla de cine natural, (La
televisión aun no había llegado a nuestra civilización)
Los gigantes y recios chopos de enfrente, apostados a la orilla del canal en su escenario natural y acunados por el fuerte viento, danzaban a la vez y al
mismo son, armonizados
en una espectacular danza sutil enfocada e iluminada por la intermitencia de
los relámpagos y acompasada por el resonar del eco sordo y largo de los
truenos.
Sentados en el suelo, dentro de la improvisada “tienda de campaña”, en silencio algunas veces y otras apuntando hacia
donde caían los rayos, o señalando las culebrinas que los relámpagos caprichosamente dibujaban
en el cielo pasábamos el resto de la tarde; luego, casi siempre, cuando la tormenta amainaba, y el cielo se abría aun
con cierto recelo, y entre la tenue cortina de agua del horizonte, se perfilaba y
dibujaba un precioso arco iris en el
cielo como un epilogo final al espectáculo
ofrecido en nuestra gran pantalla; Así, disfrutábamos toda la familia de esa función
que la naturaleza nos regalaba de vez en
cuando alguna de las tardes estivales en Jaca;
para mis padres mis hermanos y para mi, aquellas tormentas veraniegas fueron unas experiencias inolvidables, compartidas juntos, en unos
momentos sublimes también, en un paraje aun hoy muy especial en nuestros corazones y en una época ideal , aquellos años únicos, irrepetibles… los
años de nuestra infancia.
Hoy en día, cuando observo una tormenta, de vez en cuando, cierro los ojos, abro la cajita de mi memoria y me veo sentado bajo la carpa de aquella tienda de campaña con mis padres y mis hermanos delante de aquel balcón encantado, lleno de sueños mágicos.
Por eso también éste capítulo lo incluyo, como otro de mis mejores recuerdos de Jaca.
Por eso también éste capítulo lo incluyo, como otro de mis mejores recuerdos de Jaca.